El futuro es incierto para refugiados afganos forzados a volver a su lugar de origen
El futuro es incierto para refugiados afganos forzados a volver a su lugar de origen

Ezatullah, de 45 años, sentado con su familia en instalaciones de ACNUR en Samarkhail, Afganistán, poco después de haber vuelto al país desde Pakistán.
El cruce fronterizo que conecta la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, en Pakistán, con la provincia de Nangarhar, en Afganistán, suele estar repleto de comerciantes y viajeros; sin embargo, en las últimas semanas, el lado afgano ha estado abarrotado con decenas de miles de familias afganas que, ansiosas y exhaustas, retornaron de Pakistán.
El cruce fronterizo que conecta la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, en Pakistán, con la provincia de Nangarhar, en Afganistán, suele estar repleto de comerciantes y viajeros; sin embargo, en las últimas semanas, el lado afgano ha estado abarrotado con decenas de miles de familias afganas que, ansiosas y exhaustas, retornaron de Pakistán.
La mayoría llegó a Torkham y a otros cruces fronterizos luego de haber sido obligada a hacerlo con la reanudación del Plan de Repatriación de Extranjeros Ilegales, que entró en vigor a finales de 2023. Se estima que, tan solo en abril, alrededor de 144.000 personas afganas volvieron desde Pakistán; entre ellas, casi 30.000 que fueron deportadas. Muchas de estas personas han vuelto a un país que abandonaron hace décadas o, incluso, que ni siquiera conocen. Llevan consigo algunas pertenencias, sin saber qué les depara el futuro.
Ezatullah, de 45 años, ingresó a Afganistán cruzando la frontera por Torkham, junto con su esposa y sus siete hijos. “Nos dijeron que debíamos partir urgentemente”, comentó. “Dejamos todas nuestras pertenencias; lo perdimos todo. No nos queda nada”.
Ezatullah nació y pasó su vida entera en Pakistán. Recibía un modesto sueldo como jornalero en Rawalpindi. No sabe a dónde irán él y su familia ni quién cuidará de sus hijos en un país en el que el desempleo y la pobreza se han multiplicado en los últimos años, de tal suerte que la mitad de la población depende de la asistencia humanitaria para satisfacer necesidades básicas.
Ezatullah no tiene familiares que puedan apoyarlo en Afganistán; además, debe pagar un préstamo que solicitó hace diez años, en un momento en que retornó brevemente a Afganistán. Lo poco que ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, le proporcionó en la frontera como apoyo financiero de emergencia – el cual se redujo debido a la escasez de fondos – lo utilizará para saldar la deuda y adquirir alimentos. Por desgracia, lo que sobre no bastará para pagar la renta o el transporte.
Además de preguntarse dónde vivirá su familia, Ezatullah se preocupa aún más por sus hijos: “Necesitan que alguien cuide de ellos. Dios es el máximo protector, pero me corresponde a mí cuidar de ellos en la Tierra. Me dolerá mucho no poder mantenerlos”, subrayó.
“Deseo que mis hijos estudien, que sean personas conocedoras. Lo único que puedo pedir en este mundo es que se me conceda ese deseo”, añadió.
De manera similar, Irán está deportando u obligando a las personas afganas a salir del país. Durante décadas, Irán y Pakistán han dado acogida, de manera conjunta, a la gran mayoría de los 5,25 millones de personas afganas refugiadas y solicitantes de asilo en la región. No obstante, en un contexto de crisis económica, en ambos países ha ido creciendo el rechazo hacia la población afgana.
A principios de esta semana, Babar Baloch, portavoz de ACNUR, mencionó que la crisis humanitaria en Afganistán podría agravarse con la llegada, en apenas un mes, de más de un cuarto de millón de personas afganas que residían en Irán y Pakistán; asimismo, comentó que “[o]bligar o presionar a las personas afganas a regresar no es sostenible y podría desestabilizar la región”.
Para ACNUR resulta particularmente preocupante la situación en que se encuentran las mujeres y niñas afganas que han sido forzadas a volver a un país en el que no pueden ejercer el derecho al trabajo, a la educación ni a la libre circulación.
Asma, una mujer de 40 años que tiene dos hijas, viajó a Pakistán en 2021 para recibir tratamiento contra el cáncer. Llegó un momento en que era muy costoso ir y venir desde Mazar-e-Sharif, su lugar de origen, así que decidió renunciar a su trabajo como docente y se mudó a Peshawar con su familia. Faltaba un año para que concluyera el tratamiento cuando su esposo fue detenido por la policía y les dijo que debían abandonar Pakistán. No tuvieron oportunidad ni contaban con los recursos para recoger sus pertenencias.
“Antes de salir de Afganistán, vendimos nuestros enseres domésticos; esta vez tuvimos que dejarlo todo en Pakistán”, narró. “No tenemos un lugar para vivir. No tenemos nada”.
Sus familiares en Mazar-e-Sharif también atraviesan dificultades, así que no les es posible ayudar a Asma. “Me preocupa que mis hijas se retrasen en la escuela”, compartió.
ACNUR y sus socios están trabajando para brindar apoyo financiero de emergencia a las familias retornadas para que puedan comprar alimentos y pagar su transporte; por desgracia, dado que ha habido graves recortes a la financiación, se requiere aún más apoyo internacional para brindar asistencia adicional, como apoyo especializado para mujeres, niñas y niños en situación de riesgo; servicios para el cuidado de la salud; asesoramiento legal; y ayuda en la reintegración.
ACNUR requiere USD 71 millones para satisfacer las necesidades de las personas retornadas en los próximos nueve meses.
“La vida de millones de personas afganas pende de un hilo”, subrayó Arafat Jamal, representante de ACNUR en Afganistán. “Se necesitará aún más apoyo de la comunidad internacional en los próximos días y semanas para responder a esta crisis”.